Los pueblos: el útero de Gistredo
Ayer mismo, en Cultivar los afectos, adelantaba que hablaría de los pueblos. Y es lo que voy a hacer ahorita nomás.
Que a uno le pille esta pandemia en un pueblo tiene sus ventajas, creo. O al menos es lo que siento. Y mi sentimiento es que en mi pueblo, en mi útero de Gistredo me encuentro como más protegido de lo que me sentiría en otro sitio, por ejemplo en Ponferrada, que es, digamos, mi residencia habitual (aunque siempre que puedo, ciertamente, me escapo de la capital del Bierzo, sitio que nunca me ha gustado ni mucho ni poco, aunque resulta cómodo vivir al lado del campus).
No es precisamente Ponferrada mi lugar preferido del Bierzo, sino los pueblos, que los hay chulísimos, tanto en el Bajo como en el Alto Bierzo (ese más desconocido, y en cierto modo más agreste).
Me entusiasman algunos pueblos del Bierzo, en general me gustan todos, hasta los más remotos y despoblados o con algunos habitantes sólo en los meses de verano, o bien para celebrar alguna romería puntual (esos tienen un encanto especial). Como pudieran ser las aldeas de Pardamaza, o Primout (donde el poeta Ángel González impartiera clase durante unos meses), o bien Los Montes, donde el cineasta de Albares de la Ribera Chema Sarmiento rodara su magnífico mediometraje que lleva el mismo título que el pueblo. Incluso Urdiales de Colinas, que quedó abandonado a principios de los años setenta del pasado siglo. Y que desde hace algunos años se recuperó, aunque nadie viva allí a lo largo del año. Y sí celebren una romería en el mes de julio. Ojalá este año se pudiera celebrar, aunque, visto el panorama vírico, me late complicado.
Y sobre todo me gusta mi pueblo, Noceda (y por supuesto sus pedanías, como San Justo de Cabanillas, Cabanillas de San Justo y Las Traviesas, con sus barrios de Villaverde, Trasmundo y Robledo), no porque sea el mejor y el más lindo, sino porque es el lugar en el que me nacieran, y en el que he vivido (a pesar de pasarme bastante tiempo fuera del terruño, incluso fuera de la patria/matria) y me hallo en estos momentos de confinamiento.
Aquí, en mi pueblo uterino, gran manantial (con fuentes por doquier y agua en abundancia, un bien preciadísimo) siempre he encontrado refugio, protección, una sensación de paz y bienestar, un sosiego y ataraxia estoica, un enorme placer. Y por supuesto este lugar podría ser el jardín o huerto del que nos hablara el filósofo Epicuro, donde es posible cultivar los afectos como se cultivan los tomates o los pimientos.
Aunque a decir verdad, con el cambio climático o lo que demonios sea, en los últimos años, por pitos o flautas, no se dan buenas cosechas en el útero de Gistredo.
Siempre ataca la helada, incluso la helada negra, hasta en el mes de mayo y aun en el mes de junio, que ya es decir. Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo o la saya, reza un refrán. Pues eso, que el clima por estas latitudes no acompaña.
Estamos a ochocientos y muchos metros sobre el nivel del mar, más o menos como la ciudad de León, y esa altura (aunque nos proteja la Sierra de Gistredo por la cara norte) no ayuda a que se den buenas cosechas. Y además, desde hace años, ya casi nadie trabaja la tierra.
Noceda se ha convertido, con el transcurrir de los años, en un lugar de veraneo y poco más. Un veraneo que se ciñe casi exclusivamente al mes de agosto, que es cuando el pueblo revive con la llegada de foráneos y gentes originarias o descendientes directos del pueblo, que viven en las ciudades y capitales españolas (algunos hay aún que viven fuera de España, véase Suiza, Francia o Alemania… o en América…).
Aunque, dicho sea de corrido, aquella cantidad ingente de emigrantes que Noceda exportara al mundo (tema interesante para escribir, si bien algo he escrito al respecto) ya no se da en la actualidad.
Noceda, con el paso de los años, ha ido perdiendo población a pasos agigantados. Y hoy no es ni su sombra, ni la sombra de lo que fuera, sin ir más lejos, cuando yo era un rapacín (en realidad, el tiempo vuela, y hace ya tiempo, muchos años, que dejé de ser un chavalín, si es que la vida se pasa como un suspiro).
Y ahí suspiramos, suspiro por un regreso a aquella infancia dichosa. Y por supuesto suspiro, como todos vosotros, ¿verdad?, por una vuelta a la normalidad, antes de que nos atacara y alarmara este virus cargado por los mil y un diablos, que aún no sabemos a ciencia cierta qué estragos puede causar en cada persona, pues se dice que afecta sobre todo a gente mayor y a personas con patologías previas, pero luego nos enteramos, por amigos y amigas, de que también se muere gente joven y sana, lo cual nos crea una gran incertidumbre. Y nos genera mucha ansiedad.
Por eso, hasta que no exista una vacuna o algún medicamento milagroso que lo combata de verdad estaremos bailando la danza de la incertidumbre y el miedo, el miedo a contagiarnos y a contagiar por ende a nuestros seres queridos, sobre todo aquellos que a priori pudieran peligrar, como es el caso de mi madre, que ya pronto cumplirá los 85, aunque ella esté razonablemente bien.
Por eso ahora debemos hacer tiempo, ganarle tiempo a la batalla, y permanecer recluidos hasta que escampe el temporal vírico y se produzca una des-escalada real, que en nuestra España son millones los contagiados, aunque esa cifra no nos la den. No nos engañemos. Y hay más fallecidos de los que nos dicen.
En todo caso, en el Bierzo (olla protectora) el virus no ha atacado con tanta virulencia (valga la redundancia) como en otros lugares de nuestra geografía. Y en un pueblo como Noceda, salvo casos contados con los dedos de la mano (eso creo) podemos respirar aún aire puro. Espero no dejarme llevar por la ingenuidad.
También existen lugares, incluso provincias o comunidades enteras, donde el virus corona no ha contagiado a tanta gente. Con lo cual, creo que el gobierno central debería empezar a considerar lo del confinamiento a partir del 26 de abril, al menos en determinadas zonas, porque el presidente ya anunció que quizá tendría que hacer una prórroga hasta mediados de mayo. Y eso supondría, para todo el país, demasiado parón. Y la economía, mal que nos pese, mueve el mundo. La infraestructura o fuerza productiva sostiene el desarrollo y el cambio social e influye en la superestructura (el ámbito artístico, político, filosófico… cultural), según el materialismo histórico.
La comarca del Bierzo, después de este confinamiento, creo que, con sus medidas de prevención y precaución, podría volver a una vida normalizada, al menos entre comillas. Y así otras comarcas o provincias o comunidades del país.
En estos momentos, valoro más que nunca el hecho de estar en un pueblo, en este caso en el mío, en mi útero de Gistredo, porque siento que tuviera más espacio que si permaneciera en una ciudad, en Ponferrada, por ejemplo, incluso más tiempo (el tiempo para descansar, dormir más y mejor, leer, escribir, reflexionar… y el tiempo lo es todo, el tiempo es la vida).
Desde mi terraza contemplo la belleza del mundo, esta primavera esplendorosa (porque la naturaleza sigue su ritmo, por fortuna y a pesar del virus), esa sierra mítica y mágica de Gistredo que me nutre y me protege, que nos hace seguir con ilusión.
Manuel Cuenya
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