A Pepe Álvarez de Paz

Se nos ha ido un grande. Un paisano ilustre. También ilustrado. Que puso a su Noceda del alma en el mapa. Un hombre internacional. Así era Pepe Álvarez de Paz. Y así lo seguiremos recordando, con todo el afecto, porque seguirá vivo en nuestra memoria afectiva.

Pepe dedicó su vida al mundo del derecho. Y de la política, a la cosa pública. Y en su caso la política adquirió una dimensión humana. Y humanitaria. Fue un político de verdad. Con alma. Que desarrolló su carrera en Europa como eurodiputado. En todo el universo. Pues tuvo la ocasión de viajar por todo el mundo en misión diplomática.

Pepe, Pepín para familiares y gente amiga, dejó muchos amigos en todo el mundo. Porque él se hacía querer. Y en Noceda del Bierzo somos muchos quienes lo lloramos. Quienes sentimos su fallecimiento. Pepín, el hijo de Encarna de Paz (una mujer extraordinaria, así la recordaba mi padre), el hermano de Nanci, el marido de Teresina y el padre de David, vivió sus últimos años con una enfermedad terrible, pero él la llevaba con entereza. Siempre con humor. Y con vitalidad. Nunca arrojó la toalla a pesar de las circunstancias. Y hasta en el último momento sacó fuerzas de flaqueza para componer un poema a las Islas Cíes, él que sentía devoción por miña terra galega, y me lo envió para que lo incluyera en esta Curuja reciente, que ahora ha visto la luz con el resplandor de su magia. Pepín, pues, seguirá viviendo a través de las palabras, de las palabras escritas, él que también nos dejó otros muchos textos impresos en curujas varias, además de su impronta en un libro titulado Nombres propios, donde nos habla de sus vivencias, de su mundo, de su Noceda querida, de nuestra matria, de nuestro útero de Gistredo, al que Pepín regresaba siempre que podía.

Aunque Pepín, su espíritu continuará con nosotros, da mucha pena que se mueran las personas con luz, con alma, que tanto aportan a la Humanidad. Da mucha pena. Y al recordarlo siento sacudidas en las entrañas.

                                                                                                                                              Por Manuel Cuenya


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